jueves, 29 de noviembre de 2012

Nonagésima Séptima Estación: "La mula y el buey"

La fe se simboliza con una mujer con los ojos vendados (veáse las procesiones del Santo Entierro de Sevilla o Marchena, entre otras muchas). Son los símbolos los que ayudan al hombre en la fe, puesto que al ser esta "ciega" creemos en lo que no vemos, nos ayudan a comprender en  qué creemos.
En nuestra religión, al igual que en muchas religiones, los símbolos abundan como práctica común para de un solo vistazo, saber que se quiere decir.
Pues bien, resulta que el Papa, Benedicto XVI, ha indicado en su libro "La Infancia de Jesús" que no había ni buey ni mula en el pesebre donde nació el Señor. Está claro que muchas de estas tradiciones están basadas en eso, tradiciones, pero resulta en este caso que curiosamente tiene su fundamento. Está demostrado, además, que Jesús no nació en Diciembre, ni que haga 2012 años de ello, se supone que son algunos más. Como esto y otras tantas la iglesia se ha servido de las costumbres paganas de los hombres para adaptarlas y evangelizar a su pueblo, pues es la principal obligación de la Iglesia evangelizar (enseñar el Evangelio, la BUENA NOTICIA) a toda la humanidad.
Gracias a esta nueva polémica que se ha creado en torno a las creencias cristianas, tan nuestras, tan ligadas a nuestro ser y estar, a nuestra historia, costumbres y modelo de vida, me he enterado de que en realidad estos animales son un "símbolo" que utiliza el profeta Isaias en la Biblia: 

"El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende (Isaías 1,3)."

Esto tan interesante dice el sacerdote de Ciudad Real D.Manuel Pérez Tendero que es muy aclaratoria.


Hay algo bueno en la vana polémica que ha surgido en torno al libro del papa sobre la infancia de Jesús y la presencia del buey y la mula en la representación del Belén: habrá personas que compren el libro y disfruten con su lectura y habrá personas, sobre todo, que volverán al texto bíblico para buscar allí la verdad de nuestra fe.
Quizá podríamos aplicar a este tema las palabras de Jesús a algunos grupos religiosos de su época: “Os aferráis a vuestras tradiciones y dejáis a un lado el mandato de Dios”. En muchos casos, nuestra religiosidad está más construida con tradiciones humanas que con la palabra de Dios, más con nuestras devociones y sensibilidad que con la verdad de Dios y la historia viva de su Hijo encarnado. Cuando la tradición suplanta al origen, se distorsiona la verdad y quedamos confundidos. Cuando la tradición suplanta la verdad, cuando lo secundario se convierte en protagonista, todo el proceso de la fe queda viciado y, además, se tambalean nuestras certezas con cualquier interrogante. El buey y la mula, como muchas otras tradiciones de la piedad cristiana, tienen un profundo sentido espiritual y humano; pero han de ser entendidas en su justa verdad, en su intención primera.
El profeta Isaías comienza su mensaje con unas palabras de reproche de Dios dirigidas a su pueblo: “Los animales son más sabios que vosotros, son más agradecidos; el buey conoce a su amo y tú, pueblo mío, no me conoces…” La mención del pesebre relacionó este texto con el pesebre mencionado por san Lucas en el nacimiento de Jesús. De esta manera, como en tantos otros casos, la Biblia se ilumina a sí misma y nos ayuda a profundizar en el sentido de los acontecimientos.
En el buey y la mula del pesebre queremos estar presentes nosotros, los creyentes; porque, siguiendo el texto de Isaías, queremos “conocer a nuestro Dueño”, queremos comprender el misterio, queremos estar ahí, adorando, contemplando, dejándonos sorprender por un amor que nos desborda pero que es real y que ha aparecido en toda su grandeza en la pequeñez de este Niño.
El papa, como en los dos libros anteriores sobre Jesús de Nazaret, habla como creyente, como teólogo. Ha estudiado, ha leído, ha rezado los textos y nos ofrece, ahora, el fruto de su meditación. ¡Ojalá hubiera muchos estudiosos que publicaran comentarios en el estilo del papa! Creo que es eso lo que los creyentes demandan: seriedad y hondura, reflexión y fe, investigación y sencillez.
Una de las insistencias más importantes que debemos retener es esta: detrás de todos los géneros literarios que hemos de esforzarnos por estudiar para comprender correctamente los textos, hemos de aceptar la Biblia como Palabra de Dios. Detrás de toda la riqueza literaria y simbólica de los textos está la encarnación, la historia, la verdad de un Dios que nos ha salvado realmente haciéndose realmente hombre, muriendo realmente y resucitando realmente.
Está muy de moda interpretar todo lo religioso desde lo universal-arquetípico o desde las categorías del mito. La Biblia es otra cosa, pretende ser otra cosa. Y la fe, entre otras dimensiones, significa esto mismo: aceptar la verdad del mensaje, su realidad, su carácter histórico. La fe no es fruto de una hermenéutica, no brota del encuentro literario con unos textos religiosos; consiste más bien en la aceptación de una verdad que ha llegado a nosotros en el concreción de la historia, en la acogida de un diálogo de parte de Dios que ha llegado a nosotros en palabra humana, en un tiempo concreto e histórico.
Hoy, como en la época de Isaías, hay poco conocimiento del verdadero Dios, también entre los creyentes. La polémica de esta semana es un signo de ello. Ojalá el libro del papa ayude a ir superando esta ignorancia.

En este sentido yo animaría a seguir poniendo el buey y la mula en el Nacimiento, para que todo el que los vea sepa interpretar el significado de ambos "símbolos". Conocer a nuestro "DUEÑO" es a lo que estamos llamados los cristianos en estas fechas que se avecinan indefectiblemente, el Adviento, que comienza este próximo domingo y que nos exige conocer a Jesús para proclamar la Buena Noticia a todo el mundo, empezando por los que están más cercanos.

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